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Una nación se ha definido de distintas maneras en diferentes momentos de la historia y por distintos autores, sin que exista un consenso. No obstante, en un sentido actual amplio, es una comunidad poblacional con un territorio del cual se considera soberano y que se ve a sí misma con un cierto grado de conciencia, diferenciada de los otros. Este sentido moderno de nación nace en la segunda mitad del siglo XVIII, tanto en su concepción de «nación política» o «cívica», como conjunto de los ciudadanos en los que reside la soberanía constituyente del Estado, como en su concepción de «nación orgánico-historicista», «esencialista» o «primordialista» –vinculada por su origen ideológico al romanticismo alemán del siglo XIX–, como una comunidad humana definida por una lengua, unas raíces, una historia, unas tradiciones, una cultura, una geografía, una «raza», un carácter, un espíritu (Volksgeist),… específicos y diferenciados,[1][2] o en su concepción «voluntarista», que se define como un grupo humano con voluntad de constituir una comunidad política y tener un futuro común.[3]
Por otro lado, en sentido laxo, nación se emplea con variados significados: Estado, país, territorio o habitantes de ellos, etnia, pueblo y otros.
No obstante, desde un análisis racional, la literatura científica moderna expone en general[n 1] que la nación no es un ente objetivo y natural que pueda ser definido en términos objetivos, como lo es por ejemplo una montaña o un río, sino que se trata por el contrario de una construcción social de origen contemporáneo, basada en la interpretación subjetiva realizada por parte de unas personas de una serie de hechos, bajo el prisma ideológico del nacionalismo y su forma particular de entender las sociedades humanas. De esta manera, los nacionalistas exponen una visión estereotipada de una comunidad humana y un territorio, que consideran nación, aunque la realidad sea siempre diferente y mucho más compleja. Asimismo, en el caso de los nacionalismos que recurren al pasado, los nacionalistas realizan una lectura esencialista y determinista de la historia, donde además la nación tiene un destino teleológico. Con todo ello se construye un relato nacional que debe ser inculcado y transmitido a la población. De esta manera se logran construir naciones e identidades nacionales. Toda esta visión está constituida por un conjunto de creencias plausibles que acaban siendo integradas por algunas personas y que pueden ser compartidas o no con otras. Por tanto, la literatura científica actual descarga la definición de nación en las propias creencias subjetivas del grupo poblacional nacionalista, en lugar de en hechos objetivos. Así pues, por ejemplo, el filósofo Roberto Augusto dice que la nación es «lo que los nacionalistas creen que es una nación», ya que la nación no significa nada fuera de la ideología nacionalista, ni existe como una realidad natural fuera de la creencia en su propia existencia.[4]
Con el fin de explicar la naturaleza y el surgimiento de las naciones han existido dos corrientes de pensamiento dentro de la comunidad académica. Estos son los llamados primordialistas o perennialistas y los modernistas o constructivistas.[5]